Fuente: elpais.com
Hemos mejorado, pero aún nos queda camino por recorrer. Este podría
ser el resumen, muy de brocha gorda, del punto en el que nos encontramos
los españoles en esto de la eficiencia energética. Incluso puede que
nos hayamos estancado y hasta retrocedido, como revela el último Índice de eficiencia energética en el hogar,
que es un indicador que elabora desde hace ocho años Gas Natural Fenosa
para conocer qué hacemos de puertas para dentro. “Algunos hábitos
eficientes, pese a estar ya muy extendidos, por encima del 90%, han
bajado, como poner un programa en frío de la lavadora o asegurarse de
que todas las luces están apagadas antes de salir de casa”, enumera
Ramón Silva, responsable de innovación y desarrollo de servicios
energéticos de Gas Natural Fenosa. Pero sobre todo, y directamente
relacionado con la crisis, tenemos el problema de que los electrodomésticos son cada vez más antiguos porque no hay dinero para adquirir nuevos ni planes Renove para ayudar, y los que se compran se eligen ahora más por el precio y no tanto por la eficiencia.
“A menos recursos, se invierte menos en tecnologías ahorradoras;
incluso vemos que sube el uso del butano, que supone un incremento de
las emisiones de CO2”, establece Cecilia Foronda, directora de cambio
climático, agua y energía de la Fundación Ecología y Desarrollo
(Ecodes). “Retrocedemos en eficiencia y, en paralelo, aunque resulte un
poco paradójico, aumenta la pobreza energética: hay muchas familias que
ya no pueden comprar un frigorífico clase A porque es más caro y eso
está afectando a los comportamientos energéticos”, insiste. ¿Y cómo
estamos respecto a Europa? “El consumo medio anual por metro cuadrado es
de unos 119 kWh, mientras que la media europea se sitúa en unos 236
kWh. Pero las fuentes de energía utilizadas en España son más intensivas
en emisiones de CO2”, puntualiza Foronda. Y subraya que lo que
ahorramos por un lado acabando, por ejemplo, con el stand by lo perdemos por el otro al tener cada vez más aparatos electrónicos que consumen cada vez más energía.
El índice de Gas Natural Fenosa valora cuatro aspectos: mantenimiento
(cómo conservamos los equipos que tenemos), control (qué uso hacemos de
ellos), cultura y equipamiento. Relaciona un nivel económico y
sociocultural más alto con una mayor eficiencia, y detecta que se mira
más por el vatio en casas con niños pequeños y en las ciudades grandes.
“Podemos mejorar la eficiencia a tres niveles: con un cambio de hábitos,
que se están consolidando, como no meter comida caliente en el
frigorífico o usar lavadora o lavavajillas con carga completa; con una
inversión moderada, comprando por ejemplo un electrodomésticos clase A++
o bombillas de bajo consumo, donde se está avanzando.
El tercer nivel, que es donde nos queda mucho por mejorar según las
estadísticas, exige una mayor inversión económica para mejorar
aislamientos o cambiar ventanas”, diferencia Silva. De esto último sabe
la Fundación La Casa que Ahorra, que se dedica a medir la energía que se
escapa por fachadas mal aisladas dentro de su programa de diagnóstico
energético del hábitat urbano (junto con la Federación Española de
Municipios y Provincias).“Una de las grandes dificultades a la hora de
concienciar es la invisibilidad: si no lo ves, resulta más difícil darte
cuenta”, aporta Alberto Coloma, gerente de la fundación. El stand by es un pilotito rojo que podemos apagar y nos sentimos bien por ello, pero ¿cómo detectar todo lo que sale por una fachada?
Y que es bastante, a tenor de sus investigaciones sobre bloques de más
de 30 años de antigüedad (como lo son el 80% de los edificios de nuestro
país, según resalta).
Si la factura energética ronda, de media, los 1.000 euros al año por
hogar, como ha calculado el Instituto para la Diversificación y Ahorro
de la Energía (IDAE), más de la mitad se va en calefacción y
refrigeración, y alrededor de la mitad de esa partida se pierde
inútilmente por paredes, suelo y ventanas. “Entre 300 y 400 euros”,
traduce a dinero Coloma, que reconoce, no obstante, las dificultades
para emprender este tipo de obras de mejora de los aislamientos en un
contexto de crisis y sin ayudas públicas. “Estamos a las puertas de una
legislación más exigente, pero, mientras llega, lo cierto es que en
Francia se le pide a una fachada casi el doble de capacidad de
aislamiento de lo que se le demanda en España”, enfatiza.
Desde el pasado 1 de junio, todos los edificios habrán de disponer obligatoriamente de un certificado energético
(como el ya existente en los electrodomésticos) que deberá adjuntarse
cuando se vendan o se alquilen. Coloma califica la medida de positiva y
necesaria, mientras que Silva la contempla como un primer paso “que
había que dar”, pero que realmente funcionará cuando dicho etiquetado se
vincule a algún tipo de beneficio económico: acceso a subvenciones,
ventajas o beneficios fiscales.
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